tu hijo es lo que le ayudes a creer que es

Adolescencia, Autoestima, Consejos Altea, Orientación familiar, Sin categoría / 21.02.2018
La identidad es la conciencia de quiénes somos, un constructo psicológico único en el ser humano.

La identidad es la conciencia de quiénes somos, un constructo psicológico único en el ser humano.

Identidad, de la raíz idem (‘mismo’) y entidad (‘lo que constituye la esencia o la forma de una cosa’). Por lo tanto, la identidad es lo que constituye la esencia o lo que le da forma a uno mismo; ese constructo mental que nos hace ser conscientes de nosotros mismos, conceptualizarnos como alguien separado de otros y saber quiénes somos.

Según la psicología evolutiva, un ser humano comienza a tomar conciencia de los límites físicos de su cuerpo a los seis meses. Hasta entonces, el bebé se siente enteramente unido a su madre. Es a partir de esa edad cuando la criatura comienza a  comprender que lo que le rodea es diferente, separado de su propio ser.

Pero la identidad no es sólo tomar conciencia de tus propios límites físicos. Sobre todo es lo que yo soy, siendo esto cambiante durante las distintas fases de la vida. En etapas tempranas, lo que soy cambia en períodos de tiempo relativamente cortos. Porque el concepto que tenemos de nosotros mismos depende en gran medida del grado de madurez y las experiencias acumuladas en cada etapa.

Y es que la identidad es un puzle complejísimo cuyas piezas están formadas por las experiencias,

La identidad es como un puzle, formada por numerosas variables internas y externas.

La identidad es como un puzle, formada por numerosas variables internas y externas.

creencias, comportamientos, recuerdos, contexto social, marco cultural…, y otra serie de variables que definen lo que eres. Sin embargo, en la primera infancia (hasta los seis años aproximadamente) la identidad se fundamenta en la visión que tus figuras de referencia te han transmitido acerca de ti mismo.

Siendo esto así, resulta que lo que papá y mamá (y otras personas referentes) dicen de nosotros, será lo que empecemos a creer que somos. Si tienes hijos, da igual qué edad tengan, en gran medida creerán de sí mismos lo que les han dicho que deben creer. Por lo tanto, tenderán a pensar, sentir y actuar en consecuencia. Además, repetirán lo que te ven hacer a ti, porque también repetimos los patrones de nuestros mayores por aprendizaje vicario (lo que vemos).

Pero esto no es nuevo. Desde los años 60 conocemos el Efecto Pigmalión, gracias al estudio llevado a cabo por el psicólogo Robert Rosenthal y la directora de una escuela de primaria de San Francisco, Lenore Jacobson. En este experimento, se seleccionaron al azar estudiantes a los que se les administraron una serie de test de inteligencia. Luego, indicaron a sus profesores que, debido a las altas capacidades de los alumnos elegidos, tendrían grandes mejoras académicas durante el curso. Pero los alumnos habían sido elegidos al azar y no por sus resultados intelectuales en los test. El análisis de los resultados académicos y las mediciones de los tests realizados ocho meses después, demostró que el rendimiento de los alumnos elegidos durante el curso mejoró considerablemente.

El propio Ronsenthal determinó cuatro puntos clave para que se produjera este efecto: se genera un clima emocional más cercano, se enseña más materia, se pregunta más a los alumnos y se les elogia más. En definitiva, hoy sabemos que la creencias de los profesores acerca de su alumnado, provoca resultados académicos diferentes porque su forma de enseñar es diferente.

Las personas (sobre todo los niños) responden a las creencias que tenemos de ellas, y tendrán a comportarse de forma alineada con dicha creencia.

Las personas (sobre todo los niños) responden a las creencias que tenemos de ellas, y tendrán a comportarse de forma alineada con dicha creencia.

Así, parece lógico concluir que las creencias sobre los demás influyen sobremanera en la forma en que éstos se ven, se sienten y se comportan. Y, por supuesto, esto es enteramente aplicable a cómo te relacionas con tus hijos.

En un terreno más particular. Si tu hijo tiene un carácter un tanto más irascible, nervioso, o incluso indómito, y se le ha dicho desde pequeño lo “malo” que es, su identidad se habrá creado en torno a esa creencia. Si se le ha dicho que es muy nervioso, que parece un “rabo de lagartija”, que es mal estudiante o que no vale para el deporte, también se lo habrá creído. Esto en sí mismo aumenta la probabilidad de que su comportamiento y actitud sean coherentes con estas expectativas. Ojo, esto no quiere decir que sólo estas creencias y no otras sean las que forjan la identidad del niño, pero de seguro tendrán una alta influencia. La buena noticia es que también funciona al revés. 

Por esa razón es tan importante cuidar el lenguaje que usamos con los más jóvenes de la casa, ya que en torno a él se forjará gran parte de su identidad. Veamos a modo de ejemplo algunas expresiones inadecuadas y cómo podemos cambiarlas para crear una identidad más coherente:

MAL: Eres muy malo; eres un maleducado.

BIEN: Te estás comportando mal y no lo voy a permitir.

Obsérvese que en el primer caso estamos apelando a una forma de ser y, como tal, estamos encasillando a la persona. En el segundo caso se habla de un comportamiento puntual. <<Tú no eres así, pero te comportas así>>. Los beneficios para la autoestima en el segundo caso son mucho mejores.

MAL: Está bien ese 6, pero yo sé que tú puedes sacar un poquito más.

BIEN: Es estupendo, sé que te has esforzado mucho. ¡Enhorabuena!

En el primer caso reforzamos el resultado, en el segundo el esfuerzo. Lo malo de lo primero, es que el

Así como te veas en la adolescencia, podría determinar en gran medida tu identidad adulta.

Así como tus hijos se vean en la adolescencia, podría determinar en gran medida su identidad adulta.

niño crece con la creencia de que sólo será bueno cuando llega a lo más alto. Pero cuando no llegue sentirá que no es suficiente. En cuanto a la identidad, cabe el riesgo de que ese <<no es suficiente>> se focalice en uno mismo: <<Nunca soy suficiente>>, lo que puede provocar una personalidad ansiosa, preocupada o incluso obsesiva.

Otro error que solemos cometer (porque en eso se ha fundamentado nuestra educación) es reprender las conductas negativas, pero no reforzar las positivas porque “son lo que tienen que ser”. Poco a poco, este hábito inconsciente podría crear una identidad en torno a aquellas conductas negativas. La consecuencia puede llegar a ser un adulto inseguro, con sensación de indefensión («no hay nada que yo pueda hacer para cambiar mi situación»), ineptitud, incapacidad o una visión de sí mismos muy negativa. Y lo mismo puede llegar a pasar con el adolescente. De hecho, así como nos veamos en la adolescencia determinará en gran medida cómo nos veremos en la vida adulta.

Con todo, para que la identidad de tu hijo se construya en torno a unos pilares fuertes, te dejo algunas claves:

  • Refuerza el esfuerzo y no tanto el resultado.
  • Esfuérzate por pillarle siendo bueno, de tal manera que no sólo señales las veces que es impertinente, desobediente o maleducado, sino también el resto de veces aunque “sea lo que tiene que ser”.
  • Si algo se le da bien (lo que sea), poténcialo.
  • Haz comentarios positivos de su persona delante de otros sin ser empalagoso, esto le hará sentir muy bien.
  • Hazle consciente de sus virtudes cada vez que puedas.
  • No uses el castigo (especialmente el físico) sino es como última opción. el problema del castigo es que es muy fácil de usar, por lo que antes que eso intenta hacerle consciente de sus errores.
  • Demuéstrale que puede contar contigo para buscar soluciones a los problemas.
  • Educa en valores positivos como la lealtad, la nobleza, la honorabilidad, el valor, la humildad, la confianza en uno mismo, la generosidad… En ellos encontrará la hoja de ruta fiable en los momentos más difíciles.
  • Enséñale a confiar en él mismo para poder ser él mismo.
  • Déjale que se equivoque y no intentes protegerle de todo.
  • Enséñale a través de tu ejemplo, porque el niño aprende lo que ve, no lo que le cuentas. Por esa razón si tú pides disculpas, das las gracias, practicas la humildad, el diálogo en casa, etc., él también lo hará.
  • Y por último y más importante: demuéstrale mucho cariño y afecto, no sólo cuando “lo merezca”, sino de forma incondicional, pues es la mejor escalera hacia la autoestima cuando la identidad se está forjando.

Al final, todo se trata de lo que ya dijo el filósofo Charles Sanders: «La identidad de un hombre consiste en la coherencia entre lo que es y lo que piensa»Y tú puedes ayudar muchísimo a que tus hijos piensen bien de ellos mismos, pues serán lo que les ayudes a creer que son.

Tu hijo es lo que le ayudes a creer que es.

Tu hijo es lo que le ayudes a creer que es.

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