A veces nos sentimos heridos porque algunas personas nos ofrecen un comportamiento o una conducta hiriente. Nos enfadamos con quien “nos hizo” o “nos dijo”, incapaces de ver más allá de ese enfado, incluso cuando el objeto causante tiene poca importancia. Aún entendiendo esto, puede que nos obcequemos en una actitud airada, destructiva y no resolutiva.
Una de las razones más habituales por las que abrazamos rápidamente aquellas actitudes defensivas cuando alguien nos hiere, es el error de creer que una persona ES lo que hace (y sólo lo que hace). Así es que si alguien hace algo que nos resulta molesto, enseguida –y sin plantearnos nada más- podemos caer en el error de personalizarlo.
Así, lo que planteamos es que una persona es mucho más que sólo su comportamiento. Y es que éste es el resultado de un conjunto de experiencias personales, creencias, pensamientos, sentimientos…, pertenecientes al mundo interno de cada cual. Siendo así, el comportamiento de alguien tiene poco o nada que ver conmigo, sino con cómo dicha persona entiende el mundo.
Lo que raramente nos paramos a pensar es que normalmente las ofensas no están meticulosamente diseñadas para hacernos daño. A veces basta con que un tema sea espinoso, una broma mal planteada o sencillamente un comentario desafortunado. Pero si con todo, aún y así un acto tiene el poder de enfurecernos, tal vez -y digo tal vez- podría ser porque en realidad el acto en sí se ha topado con una creencia interna.
Sería como la proyección en la otra persona de una frustración propia. Por ejemplo: si alguien me llama imbécil y yo me ofendo, es porque en realidad puedo llegar a creer que soy imbécil. Pero si yo NO ME CREO imbécil, sencillamente esa palabra no tendrá un lugar sobre el que posarse en mi mente, a veces tan frágil, suspicaz y reactiva. Así es la mente humana…
En cualquier caso, somos mucho más que un comportamiento puntual. Atendiendo a la metáfora de un iceberg, el ser humano tendría una gran parte de sí interna, oculta, el cual motiva una conducta concreta. Ese mundo interno «invisible» estaría constituido por aspectos como la actitud, las creencias, los valores o la identidad. Niveles motivadores de un comportamiento concreto en todos nosotros.
Pero debemos ser realistas: es difícil empatizar con alguien que nos ha herido. Aún y así, no es imposible, por lo que la pregunta no debe ser <<¿qué he hecho yo para merecer que me diga/haga eso?>>, sino <<¿qué le habrá pasado para creer que necesita decirme/hacerme eso?>>, o <<¿qué le habrá pasado para comportarse así?>>.
Y es que si no somos capaces de entender que debajo de un comportamiento dado existe todo un universo de niveles invisibles, y que todo eso SÓLO tiene que ver con el mundo interno de cada uno, entonces nos colocaremos en una posición psicológica “defensiva” en la que creemos que el mundo –frecuentemente- es un lugar hostil y que las personas, por regla general, son dañinas.
Cuidado con esta filosofía porque puede enquistarnos en tendencias mentales y emocionales que a la larga alimentan la infelicidad: paranoicas, suspicaces, desconfiadas, dolientes, hurañas, antisociales, castigadoras, irrespetuosas, soberbias, narcisistas… Todas ellas para defendernos de daños que no siempre existen.
En definitiva, cuando algo nos ofenda, nos afecte, nos dañe…, pensemos qué hay en nuestro propio interior para que eso encuentre un espacio sobre el que hacerse grande. Si no logramos encontrar “aquello que es nuestro”, en realidad da igual, porque siempre podremos quitarle hierro al asunto entendiendo que no tiene nada que ver conmigo sino con el estado de ánimo del otro. Desde ahí, podemos entender que una opinión no describe objetivamente la realidad, sino que sólo es una parte sesgada de ésta referente a cómo cada uno percibe el mundo. Y nada más.
Apelando al ejemplo anterior, no me convierto en imbécil porque alguien opine que soy imbécil. Seguro que en alguna ocasión me habré comportado como tal, pero en cualquier caso no seré eso. Porque comportarse de una manera y ser de una manera, son cosas absolutamente diferentes. Y aquí reside el valor de que alguien nos diga lo que no nos gusta oír: nos ofrece la valiosísima oportunidad de mirar dentro de nosotros, comprender aquello en lo que hemos errado y, si creemos que es legítimo, cambiarlo. Y si no, siempre nos quedará la opción de asumir que: <<eso es tuyo y no mío>>. Por lo tanto, no tiene un espacio dentro de mí.
En conclusión:
Y con todo, insistimos: sabemos que las personas dañinas existen y que el daño que pueda venir de ellas no es irreal, sino muy real y hay que defenderse de ello. Y aunque esto es verdad, no anula lo anteriormente desarrollado.
Psicólogo
Andrea Rodríguez
Quería saber cómo podría hacer una consulta
altea
Buenos días Andrea,
puedes hacernos la consulta que quieras a través del siguiente correo electrónico: secretaria@alteapsicologos.com. También puedes rellenar el formulario disponible en nuestra página web: https://www.alteapsicologos.com/contacta/
Muchas gracias. Te responderemos lo antes posible.
Equipo Altea.