En un artículo anterior hablábamos del lenguaje en los niños, sobre cómo este se desarrolla, los requisitos y los posibles problemas que pueden suceder en su adquisición. Hoy vamos a hablar de otro tipo de lenguaje: el del acompasamiento o sintonización.
En cada etapa es diferente, pero vamos a resumir los aspectos transversales a todas ellas:
Relacionarte con alguien verticalmente significa que estás por encima en la jerarquía, en este caso familiar. Tienes más años, sabes más cosas, llevas más tiempo en la vida… Tú mandas. Eres su padre/madre y, como diría el juez Calatayud, si te transformas en su amigo/a dejas huérfanos a tus hijos. A diferencia de una relación horizontal, dada entre iguales (tu pareja, tus amigos, tus compañeros de trabajo…), aquí tú tienes la voz cantante. Pero cuidado, porque llevar la voz cantante implica mucho más que dar órdenes. De hecho, cuando una relación vertical se da de forma nutritiva, dar órdenes se transforma en algo marginal.
No existe acompasamiento sin ecuanimidad. Ser ecuánime significa ser justo/a y para ello hay que saber administrar refuerzo positivo, que no es incompatible con la reprimenda cuando esta se haga necesaria. Así, la palabra clave aquí es: justicia. Los castigos desproporcionados o injustificados (por injustos) acaban generando rebelión y alejamiento por parte de los hijos. Es por ello que los castigos y las reprimendas deben ser ajustados en cantidad y cualidad al hecho que se pretende reprender. Y siempre deben tener un sentido rehabilitante, enfocados en el aprendizaje de los chicos.
Los castigos son algo que tú como padre/madre impones a tus hijos. Así, ellos no se hacen responsable de sus actos. Las consecuencias, en cambio, son acciones consecuentes con una buena o mala acción y que los muchachos conocen con antelación. En coherencia con aquello, las consecuencias son actos que siempre están presentes, para lo bueno y para lo malo . Son ellos quienes en cada momento eligen. Así, cuando un chico o una chica pasa un límite, debe saber perfectamente cuál es la consecuencia y asumirla como tal. No eres tú quien impone un castigo, son ellos los que eligen a través de sus acciones. No hay más responsables que ellos.
Si andas reprobando cada cosa que hace el niño, éste te acabará evitando. Las conductas evitativas pueden darse silenciosa (a través de un carácter inhibido, con síntomas depresivos) o explosivamente ( a través de un carácter desafiante y rebelde), pero en ambos casos se reconocerán porque: uno, no querrán pasar tiempo contigo y dos, querrán ser justo lo contrario de lo que tú eres. Dicho de otro modo, nunca te asumirán como un referente a seguir. Cuídate de las reprobaciones gratuitas, los noes innecesarios o los mandatos injustificados adheridos al “porque yo lo digo”. Esto es de lo que más daño hace al acompasamiento con los hijos.
La hostia a tiempo debería haber quedado como reliquia de una generación que no tuvo suficiente vocación hacia la crianza ni conocimientos para educar en lo positivo y en el acompañamiento respetuoso. Entendemos que debido a muchas variables, en generaciones pasadas y de forma general, los niños venían a un mundo de adultos. Esto implicaba que eran ellos (los niños) los que debían adherirse a las normas y a la forma de hacer de los adultos. De otra manera, existía un castigo muy comúnmente fundamentado en el dolor físico: «la hostia a tiempo».
Es en las sociedades modernas, con todo el saber pedagógico y psicológico acumulado en las últimas décadas, que entendemos que en lo esencial el mundo del niño es radicalmente diferente al del adulto, que tiene sus propias reglas e hitos evolutivos, y que experimenta un constante cambio hasta la edad adulta. Desde esta comprensión, somos los padres los que debemos sintonizarnos con el mundo del niño y no al revés, esforzarnos en comprender todos esos cambios y ofrecerles un acompañamiento respetuoso, basado sobre todas las cosas en el amor incondicional. Por supuesto, esto nunca debe ser incompatible con conceptos como disciplina, normas o respeto, entre otros.
Quiere esto decir que debes respetarla como a tal. Debes hacer un ejercicio de empatía con esa persona a la que llamas hijo/a para comprender sus gustos, sus filias y sus fobias, su forma de pensar, sentir y hacer (de estar) en el mundo. Como comprender y compartir son cosas diferentes, acompasarse es comprender y “bajarse a la lona” para compartir ese mundo que te resulta tan ajeno, tal vez grosero y en ocasiones aberrante, absolutamente incomprensible para la manera de estar en el mundo de tu generación. Pues bien, haz el esfuerzo de bajar a su mundo y entonces comprenderás su estar en el mundo, su lenguaje y sus formas. Desde ahí, estarás en mejor calidad de respetar quién es, aunque nunca lo compartas.
¿Te has parado a pensar alguna vea que las palabras presente y regalo son sinónimos? ¿Será casualidad? Sea o no, la paternidad/maternidad, como todas las cosas importantes de la vida, requiere presencia.
Aunque no siempre estemos disponibles, debemos ser siempre accesibles. Estar presente significa prestarle atención genuina, no sólo en apariencia sino también en esencia. Al generar momentos de presencia de calidad, también estarás comprendiendo mejor su mundo en cada uno de sus momentos, lo que te ayudará a acompañar la etapa en la que se encuentra tu hijo/a, lo cual te ayudará a su vez a acompasarte con sus inquietudes y necesidades, con su forma de estar en el mundo y de entenderlo.
Pillarles siendo buenos significa que te esfuerces con todas tus ganas en encontrar las cosas que hacen bien, aquellos momentos en los que son amables, normativos, honrados, simpáticos, disciplinados, responsables, educados… Y hazles saber que te has dado cuenta. Esto aumentará la probabilidad de que aquellas conductas se sigan dando.
Cuando un hijo (especialmente en la adolescencia) sale de casa, lo único que lleva de ti es lo que hayas metido en su “mochila educativa”. Es por eso que tienes que meter muchas profecías positivas. Por ejemplo: no le hagas sentir mal por su ropa, enséñale a hacerse respetar sea cual sea su estilo; no criminalices sus amistades, enséñale a ser él/ella mismo/a; no le culpabilices por un mal partido deportivo, aliéntale para el próximo; no tengas miedo de que el vicio se apodere de él/ella, enséñale a decir no y las virtudes de una vida libre de tóxicos… Y es que un joven es en gran medida lo que le ayudemos a creer que es.
El mundo está lleno de cosas peligrosas, así ha sido siempre. Sintoniza con ello, educa a tu hijo en positivo y la peligrosidad del mundo no será competencia para su mochila educativa.
Una de las mejores maneras de generar acompasamiento con tus hijos es regalarle tu afectividad gratuitamente. Como pago, te dará su mejor versión. Si, por el contrario, la moneda de cambio de tu afectividad (cariño, refuerzo positivo, atención, orgullo, admiración, etc.) es su comportamiento, igual os desajustáis porque tu mirada afectiva se convierte en un producto realmente inaccesible para él/ella.
Es por eso que no debemos poner sobre los hijos expectativas que no le pertenecen, ya que este es un peso injusto y, dicho sea de paso, inútil. Recordemos que nuestros hijos son personas en sí mismas y debido a ello merecen todo el respeto sólo por existir. Cualquier cosa que hagan, por supuesto dentro del marco de lo razonable, debe ser digna de tu admiración, independientemente de que tú lo hicieras igual o de diferente manera.
Por último: SE EL EJEMPLO QUE QUIERES CREAR EN ELLOS, pero tal vez de esto hablemos en un próximo artículo.