Amar es el arte de querer a la otra persona
como realmente quiere ser querida, no tanto como uno quiere querer.
Erich Fromm
Hay amores que empoderan y amores que debilitan; hay amores que curan heridas y amores que causan dolor. La energía de estas experiencias, sean positivas o negativas dejan huella en quienes las vivencian.
El amor exige aprender el código de la intimidad, de la cercanía, de la capacidad de leer al otro, de sintonizar con él, de confiar, de dar para recibir. El amor exige aprender un lenguaje lleno de sutilezas que tiene su origen en la relación de unos padres con su hijo. Un aprendizaje que se explicita en las maneras en que se producen y resuelven las interacciones cotidianas; en la forma de responder a las demandas del niño, de cuidarle, de significarle y reaccionar ante su mundo externo e interno, el de los sentidos y el de las emociones.
Desde que en la segunda mitad del siglo XX los estudios de John Bowlby y más tarde Mary Ainsworth reivindicaran la vinculación afectiva como una necesidad primaria en el ser humano, son muchas las investigaciones científicas que han demostrado la importancia de un ambiente familiar afectuoso para el sano desarrollo físico, intelectual y emocional de un niño.
¿ Por qué es tan importante el amor?
El amor experimentado a través de las relaciones familiares durante la infancia y la adolescencia sienta las bases de las características de nuestra forma de querer adulta.
La forma de amar aprendida tiende a mediatizar todas las relaciones posteriores, especialmente las que requieren intimidad y será determinante para el desarrollo de nuestra personalidad y de nuestra conducta social.
Decíamos en un artículo anterior que los vínculos afectivos se establecen entre dos personas para lograr una base de seguridad; un lugar de cuidado, consuelo y protección desde donde recibir validación y fortaleza para salir al mundo y en el que refugiarse para curar las heridas. La característica fundamental de este vínculo es el respeto y la incondicionalidad.
Con los hijos, nuestra responsabilidad como padres debería ofrecerles la oportunidad de experimentar estas sensaciones mientras aprenden a vivir.
Los progenitores que actúan empatizando y respondiendo consistentemente a las necesidades del niño, favorecen la formación de vínculos seguros, al proporcionar de esta forma un ambiente comprensivo con consecuencias lógicas, predecibles y controlables.
Los adultos que han experimentado en su infancia esta forma de vinculación afectiva por parte de sus padres suelen establecer relaciones equilibradas, ofrecen apoyo y piden sin miedo lo que necesitan. Son capaces de ofrecer una relación confiada y positiva, no temen el abandono y si la ruptura se produce, presentan gran capacidad de resiliencia.
En esta forma de amar la actuación del cuidador dependerá de su estado de ánimo. Esto hará que sea accesible o sensible para atender las necesidades no cuando el niño lo requiere, sino cuando el adulto está disponible física y emocionalmente.
El afecto preocupado de los padres y su alerta constante ante aspectos de su vida y la del hijo ocasiona mensajes contradictorios. Quien debería calmarte, es a su vez quien no deja de advertirte que el mundo es peligroso y a veces su miedo, aumenta tu sensación de vulnerabilidad. El efecto es que el niño “absorbe” el estado miedoso del adulto y no quiere separarse de este, a la vez que su alta demanda puede acabar siendo irritante.
La incertidumbre respecto a la disponibilidad o no del cuidador ocasiona un estado en el infante de ansiedad y preocupación pues no sabe si en sus estados de necesidad será calmado por el adulto o no. El efecto en la personalidad de esta forma de vínculo será la tendencia a la preocupación, lo que ocasionará inseguridad personal y señales intensas de demanda esperando despertar y asegurarse la atención del adulto.
Los adultos criados con este vínculo temen que sus parejas no lleguen a quererlos con la misma intensidad que ellos aman y buscan y demandan constantemente señales que les tranquilicen al respecto. Son dependientes y tienen gran miedo a ser abandonados.
Esta forma de amar se caracteriza por la dificultad para expresar por medio del contacto físico y con palabras el afecto. Los padres establecen el vínculo a través del control y vigilancia de las actuaciones del hijo. Atienden y refuerzan el logro de objetivos que ellos validan como importantes: éxitos académicos, aspecto físico, expectativas de futuro, etc., pero desatienden las emociones de malestar de los hijos porque no saben cómo actuar ante ellas. Les resultan incomodantes y actúan de una forma rechazante. Finalmente el hijo aprende a mostrar éxitos como forma de satisfacer a sus padres, a esconder lo emocional y no conectar con ello y a mantenerse emocionalmente distante.
En la vida adulta les cuesta comprometerse y dejarse confiar plenamente. Será un adulto que tenderá a controlar su vida desde el mundo mental porque sentir le turba, pues sus emociones no han sido atendidas, sintonizadas ni reguladas por sus figuras de apego. Les incomoda la intimidad y son reservados intentando mantener sus inseguridades camufladas. Sus parejas echan de menos expresiones de afecto, pero a ellos les da miedo sentir.
A veces los hijos vienen a hogares insensibles, negligentes y con formas abusivas. Las reglas que rigen las relaciones son imprevisibles y los adultos no “ven” las necesidades del hijo que son desatendidas en lo físico y/o en lo emocional. Frecuentemente las experiencias vividas por los progenitores han sido conflictivas y dolorosas dejando carencias en su estructura de personalidad. Estos padres no pueden dar a los hijos lo que no tienen para sí mismos. En esta forma de amar se aprende a desconfiar del otro porque sus formas arbitrarias e impredecibles en ocasiones dan miedo.
En la etapa adulta estas personas tiene relaciones muy inestables, con reacciones que evidencian una escasa autorregulación emocional.
Las formas de amar de los padres dejan huella en los hijos. Nosotros no elegimos la manera en que nos quisieron, pero si tomamos conciencia de este hecho y observamos cómo nos ha influido, podemos elegir qué tipo de amor queremos ofrecer. Hacerlo posible será un nuevo comienzo.
Psicóloga Clínica Infantil