El miedo ha formado parte del ser humano desde el principio de los tiempos. Ya desde la Antigüedad se han generado historias que tenían en su totalidad o en parte elementos de terror. Por poner un ejemplo, la mitología griega está repleta de ello. Y es que el miedo no sólo ha servido a la humanidad como elemento de entretenimiento, sino también como un factor de control y poder.
Es a través del miedo que controlamos ciertas conductas de nuestros hijos, ya que “si no te portas bien, vendrá el coco y te llevará”. Y aunque la psicología educativa más puntera condene rotundamente estos métodos, se ha hecho desde siempre. También ha sido el miedo un elemento fundamental de poder para todo tipo de poderes estatales y religiosos. Por todo ello, podemos afirmar que el miedo ha formado parte de la realidad humana desde siempre, bien por diversión, como elemento de transmisión cultural o como factor coercitivo.
Debemos tener en cuenta que el miedo es una emoción básica tremendamente útil para protegernos de un peligro inminente. Las otras emociones consideradas como básicas son la alegría, la sorpresa, la ira, el asco y la tristeza. Todas ellas nos ayudan a sobrevivir. Pero, de la misma manera que las cuestiones escatológicas (relacionadas con procesos fisiológicos básicos como la defecación) pueden hacernos gracia a través de la emoción de asco, o los videojuegos que incluyen cierto componente de ira tienen la capacidad de estimularnos, el miedo también puede ser objeto de diversión.
Y es que el miedo, al estar diseñado para la supervivencia, incluye una serie de reacciones físicas, emocionales y fisiológicas como es la liberación de algunos neutrotransmisores que generan una sensación muy estimulante. Por ejemplo, a través del miedo en nuestro cerebro se liberan neurotransmisores como la adrenalina y la dopamina, catecolaminas responsables de la sensación de euforia que experimentamos tras pasar un mal rato.
Porque no es lo mismo sentir miedo que esperar sentir miedo. Cuando generas la expectativa y no hay ninguna situación realmente peligrosa, el componente de vida en riesgo se anula. Entonces se quedan sólo las sensaciones de euforia que tan estimulantes pueden llegar a ser. Es así como nuestro sistema hormonal se activa: los músculos se tensan, el corazón late más rápido, la sangre se acelera, la respiración se agita, los sentidos se agudizan… Lo que finalmente se traduce en una sensación de relativa euforia. Porque nuestro cerebro es perfectamente consciente de que, en realidad, nada malo está pasando.
Además, algunas teorías sostienen que el género de terror nos proporciona un entretenimiento porque nos ayuda a expresar nuestros miedos más primitivos de una manera controlada. Para otros, el genero de crímenes y el gore, también serían formas de expresión de aquello que Jung llamó la Sombra, esa parte perversa que todos tenemos, la cual encontraría una manera de liberarse de forma socialmente aceptada. Por otro lado, el género como el thriller y el suspense provoca incertidumbre y exposición a lo desconocido de manera totalmente segura y resguardada, activando toda la circuitería estimulante anteriormente mencionada.
Por otro lado y finalmente, el miedo puede ser un buen medio de autoconocimiento, ya que nos da una medida de lo que nos bloquea y limita. Así pues, es un ejercicio terapéutico es reinterpretar algunas situaciones y afrontarlas. Así, practicamos y ganamos pericia en habilidades exitosas de afrontamiento. Y esto, sin lugar a dudas, nos hace sentir muy bien porque nos ayuda a sentirnos seguros.
Por todo ello… Os deseamos que paséis una noche de miedo… Eso sí: controlado.
¡FELIZ HALLOWEEN!