Las creencias también determinan la Inteligencia

Consejos Altea / 08.01.2017

Nombrar es el primer nivel de aprehender,  y los nombres son realmente atractivos para nosotros como seres humanos. Ocurre que cuando tenemos el nombre de algo, pensamos que sabemos algo en cuanto a ese algo, cuando en realidad lo único que tenemos es un sonido, pero resulta tentador: “¿y cómo es esa persona? ­ – Es tímida-.  Ah! Es tímida, ya sé cómo es”. Tenemos solo el nombre que designa, pero confundimos nombrar y conocer y esto es algo que nos ocurre en nuestra vida casi continuamente.

Quizás lo lamentable de este error es que cuando tenemos un nombre para algo y se nos produce la ilusión de que sabemos que es, dejamos de profundizar para intentar entenderlo más. Etiquetar las cosas es increí­blemente poderoso porque nombrar es una forma de Poder.

Pero como dijo el lingüista Alfred Korzybski, “un mapa no es el territorio que representa”, del mismo modo que una palabra no es el objeto que representa, y desde luego el territorio no es un nombre. Saber el nombre de la ciudad donde vivo no me da ningún conocimiento de esta. Pero para otras etiquetas esto no es tan evidente. Eso ocurre con la etiqueta Inteligencia.  Es un juicio, una evaluación en cuanto a algo. Pero realmente las personas no tienen inteligencia, se implican en hacer, sentir o pensar las cosas inteligentemente.

La única manera de saber si algo es inteligente o no es mediante la aplicación de algún otro baremo para entenderlo. La pre­gunta siempre sería: ¿inteligente en comparación con que estándar? Podrías decir, por ejemplo, que se requiere gran inteligencia para hacer una bomba atómica y, si únicamente utilizas el conocimiento de la física, o las habilidades de ingeniería, la contestación seria que sí, sin embargo, si tomas la responsabilidad social como una escala, la con­testación seria que no.

Las pruebas de inteligencia son útiles y necesarias si las tomamos como resúmenes de una actuación en un momento dado y no como la pura imagen del Ser. Las pruebas solo describen en un momento concreto donde esta alguien, pero no nos habla mucho más de ese alguien y menos de a donde puede llegar. Valga para ilustrar lo anterior esta historia.

En 1963 nació el hijo del escritor japonés Kenzaburo Oé; http://www.biografiasyvidas.com/biografia/o/oe.htm se llamaba Hiraki, sufría hidrocefalia y autismo, y los médicos aconsejaron al padre dejarlo morir. Por entonces Oé acababa de cumplir 28 años y tenía una vida y una carrera literaria prometedoras por delante, pero no aceptó la sentencia de los médicos, y, tras una operación, su hijo siguió viviendo. A partir de aquel momento Oé dedicó exclusivamente su vida a cuidar a su hijo, y sus obras a tratar de entenderlo (y a tratar de entenderse a sí mismo a través de su hijo); a este doble empeño se debe quizá que Hiraki é (Wikipedia) (Youtube)  sea ahora mismo un reconocido compositor musical y se debe sin duda que Kenzaburo Oé sea uno de los grandes narradores vivos, porque muchos de sus libros -entre ellos obras maestras como Una cuestión personal o como Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura- constituyen un salvaje esfuerzo moral por asumir su responsabilidad en el destino de su hijo y un esfuerzo imaginativo asombrosamente logrado por ponerse en la piel de su hijo.

Hikari Oe nació con unas discapacidades en su desarrollo que le llevarían a la muerte. Los doctores trataron de convencer a sus padres de dejarlo morir, pero ellos desistieron. Tras una operación, permaneció con discapacidad visual, retraso en el desarrollo, epilepsia, y una coordinación física limitada. Tampoco podía hablar mucho. Se dice que Hikari paseaba con sus padres cerca de su casa y oyó el cantar de un pájaro. Hikari lo imitó con gran precisión. Sus padres quedaron fascinados. Le compraron grabaciones de audio con cantares de pájaros, gracias a los cuales aprendió a imitar sonidos. Así fue como tuvieron la idea de contratar un profesor de música para Hikari. Sus padres contrataron a un profesor de piano para su hijo. En vez de hablar, Hikari comenzó a expresar sus sentimientos a través de la música y mediante composiciones musicales. Con el tiempo, se le enseñó solfeo. Mientras, Kenzaburo Oé intentó dar a su hijo «voz» a través de la escritura. En 1994 Kenzaburo Oé ganó el Premio Nobel de Literatura, en gran medida, gracias a su hijo.

ANTOINE DE SAN EXUPERY decía que «si queremos un mundo de paz y de justicia debemos poner la inteligencia al servicio del AMOR, Entendiendo el verdadero AMOR como el deseo inevitable de ayudar a otro para que sea quien es».

En el caso de Kensaburo Oé, e infinitos casos más, El amor, el cariño y la dedicación que unos padres fueron capaces de invertir en su hijo,  modificó todo el plan que aparentemente el destino tenía para él. El desarrollo del SER INTERIOR tiene que ver con la capacidad de amar y la capacidad de creer, es decir, la voluntad de comprender la singularidad del ser, y eso se traduce en  yo creo en ti, yo confío en ti.

A un nivel cognitivo amar es la voluntad de comprender pero sobre todo a un nivel conativo, amar es cuidar. No tiene sentido que digamos que amamos a alguien o amamos algo si no conjugamos el verbo cuidar para inspirar, para crecer y construir nuevas realidades y nuevos sentidos.

Todo parte de nuestros sistemas de creencias: sobre mí , sobre el otro y sobre la vida. Porque como decía Virgilio, “no pueden porque saben que pueden, pueden porque creen que pueden”. Kenzaburo Oé lo hizo porque creyó.

Vivimos a la altura de nuestras creencias no a la altura de nuestras capacidades.

Las etiquetas limitantes enclaustran nuestras creencias.

Jose Angel Castillo

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