Mindfulness significa, literalmente, mente plena. En un artículo anterior escribíamos sobre una práctica muy cotidiana de mindfulness. En este vamos a desentrañar algunas de las claves de esta terapéutica práctica.
Mindfulness suele asociarse con el budismo. Esto es debido a que en él se dan muchas prácticas que permiten refinar y profundizar esta capacidad hasta grados altísimos. No obstante, muchas de las tradiciones religiosas del mundo utilizan mindfulness de manera implícita o explícita. Pensemos en el rezo del rosario del cristianismo. También el musulmán y su posición de plegaria para rezar varias veces al día. O el judío que se golpea controlada y repetidamente en el muro de las lamentaciones. Todas estas prácticas generan mantras que son repetidos de manera automática mental o verbalmente. Ello permite a la persona conectarse con el momento presente, generando una sensación de control sobre los pensamientos perturbadores.
El primer programa que incorporó el mindfulness como herramienta en lo que consideramos el mundo occidental, fue el Mindfulness-Based Stress Reduction (MBSR), creado por Jon Kabat-Zinn, profesor de Medicina en la Universidad de Massachusetts, en 1979. Desde entonces, no ha dejado de estudiarse e incorporarse en multitud de programas y prácticas terapéuticas.
Así, el mindfulness ha tomado mucho auge en Occidente en las últimas décadas. Probablemente ello se deba a la ingente sobre-exposición de estímulos característica de nuestra sociedad: medios audiovisuales, dispositivos digitales, redes sociales, publicidad, sobreinformación a velocidades trepidantes, etc. Esta forma de vivir, relacionarnos y comunicarnos, alienta que nuestra mente esté constantemente acelerada y muy poco enfocada en lo que pasa en el momento presente, siempre distraída con otra cosa. La vida contemplativa no es operante para una sociedad con un ritmo de vida y dinámicas sociales de ritmos tan aceleradas.
Entre los beneficios demostrados científicamente del mindfulness se encuentran:
En relación a la salud física, el mindfulness se ha demostrado efectivo en:
– Comer o beber prestando toda la atención posible al sabor, textura, temperatura, olor… de cada bocado o trago.
– Pasear sintiendo el tacto del suelo bajo nuestras plantas de los pies cuando caminamos, por ejemplo, sobre un camino empedrado, una calle adoquinada o la playa.
– Pararse a contemplar los sonidos que están ocurriendo en este momento a nuestro alrededor y contarlos; también pararse unos minutos a percibir la temperatura, la luminosidad, el tacto de la brisa sobre la piel… Cualquier estímulo sensorial es válido.
– Leer un libro o ver una película, haciendo sólo eso, sin otras actividades distractoras entre manos. Extensible a hacer un puzle, pintar mandalas, escuchar música, bailar, tocar música… O cualquier otra actividad artística a la que le prestemos atención exclusiva.
– Contemplar largo y tendido un paisaje sin pensar en nada más que en lo que se está viendo, oyendo, oliendo y sintiendo.
– Ir a un museo y dedicar varios minutos a contemplar cada cuadro, sus matices y colores, su técnica expresiva, tal vez la gesticulación de los personajes que aparecen en él, intentando darle vida a ricamente la escena en nuestra mente.
– Escuchar música intentando discriminar cada instrumento por separado.
– Dar un paseo por el campo y pararse un instante a contar los diferentes tonos de verde que vemos en ese momento a nuestro alrededor.
– Sentarse al lado de un río o una fuente, cerrar los ojos y pararse a escuchar el rumor del agua durante unos minutos sin pensar en nada más.
– Pasar por un jardín y dedicar unos instantes a contemplar los distintos colores y olores únicos, tan ricos en matices, de las diferentes flores.
– Sentarse o tumbarse a meditar diez minutos, buscando vaciar la mente de pensamientos, dejarla en blanco para alcanzar un estado de plenitud y calma absoluta.
Esto sólo son algunos ejemplos y, aunque el mindfulness se ha configurado como una herramienta práctica para ganar en salud psicológica, física y emocional, también podemos entenderlo como una filosofía de vida: la vida pausada. En el caso de que nuestro ritmo de vida no nos lo permita, y de seguro así será para la mayoría, sí al menos podemos promover de forma activa momentos contemplativos en el día a día. De esta manera, cualquier momento te brinda una oportunidad para ponerlo en práctica, para parar y tomar consciencia: limpiando, cocinando, caminando, haciendo deporte, incluso trabajando.
Y así, poco a poco, vamos entrenando a nuestra mente en la quietud, ganamos capacidad para paliar los pensamientos rumiativos, relativizamos más la vida, nos volvemos más flexibles, conectamos con emociones livianas como la gratitud, la comprensión y la serenidad, frente a otras más densas como la frustración, la tristeza o el miedo. Salimos del estado de lucha con la experiencia para cultivar el estado de aceptación, disipando así la mayoría de los problemas y preocupaciones. Ganamos en independencia emocional (la experiencia ajena deja de afectarnos tanto). Nos hacemos más conscientes de nuestras miserias y defectos, ganando así en capacidad para hacernos cargo de ello sin culpabilizar ni implicar al otro.
Recomendamos encarecidamente la práctica del mindfulness como una forma de conexión con uno/a mismo/a, elevación de la consciencia y reducción de procesos emocionales perturbadores. De paso, tal vez alcances ese estado de plenitud que algunos han dado en llamar Estado de Gracia y que en el budismo lo llaman Nirvana.