El dolor de las decisiones que no tomo

Sin categoría / 05.04.2017

Parece que estamos programados para evitar el dolor en cualquiera de sus expresiones. Entre ellas, el dolor que a veces implica el tomar decisiones. Visto con perspectiva es lógico, todo es cuestión de supervivencia. Si sufro tiendo a extinguirme, pero esto del sufrimiento no es tan sencillo. Verás, te contaré que existen, al menos, dos tipos de dolor.

Por un lado, aquel que tiene un mensaje para mí, un dolor sano a su manera, vital para seguir adelante. Como el amigo al que nunca queremos escuchar porque no nos gusta su mensaje. Por otro, el dolor inútil, aquel que mantengo en mi vida por miedo al primero. Es un tipo de sufrimiento mucho más dañino y profundo, que no pasa con el tiempo y en el cual nos enquistamos por no tomar decisiones. Es paradójico, pero sufrimos por no sufrir.

Tomar decisiones implica elegir

Tomar decisiones no siempre es fácil, pero siempre es necesario para llevar las riendas de hacia dónde te diriges.

Siguiendo el razonamiento, el primer tipo de dolor estaría sujeto a tomar decisiones. El segundo respondería, más bien, a no tomarlas. Este último, es un dolor indefinido porque está en manos del contexto. No tiene fin porque cuando yo no tomo decisiones otros las toman por mí. Es entonces cuando nos adentramos en un mar que no somos capaces de controlar, cambiante, voluble, caprichoso… Nos transformamos en esa veleta movida por el viento sin control sobre su destino. Es infinito porque en él no controlamos las variables que lo definen.

Por otro lado, estaría el otro tipo de dolor, aquel que pudiendo llegar incluso a ser más intenso que el primero, sí tiene fecha de caducidad. Y la tiene porque está sujeto a variables sobre las que tengo poder, por muy incómodo que me resulte en una primera instancia.

Pongamos un ejemplo. Supongamos que estamos enquistados en una relación de pareja insatisfactoria, definida por chantajes emocionales, discusiones constantes, profundo miedo al abandono y la soledad, tal vez celos patológicos derivados de una tremenda inseguridad personal, escenas agresivas (verbales y/o físicas)… Si te quedas paralizado, si decides no tomar decisiones importantes al respecto, el dolor será tan largo como dure dicha relación tóxica. Además, el precio a pagar por mantenerlo también será demasiado alto. Tal vez tu autoestima quede destrozada y sea difícil recuperarla, es posible también que tu estado de ánimo decaiga demasiado, incluso puede que tus creencias acerca del amor bondadoso, respetuoso, dadivoso y pleno…, se rompan para comenzar a creer que el amor real no existe. El precio de este dolor, como ves, es demasiado alto, teniendo la dramática cualidad de ser indefinido y su solución (si es que la tiene) nunca está clara.

Pero existe otra alternativa, podemos ELEGIR el sufrimiento finito, el controlable. Si decides, bien trabajar para cambiar la relación o bien abandonarla, entonces entrarás en un sufrimiento con fecha de caducidad. El precio de tomar esta decisión es el paso por el “desierto”, me refiero a ese incómodo espacio de incertidumbre que hay entre lo que tienes y lo que quieres tener, dicho más acertadamente, entre lo que eres y lo que quieres llegar a ser. Es el camino a recorrer para encontrar nuevas esperanzas, oportunidades, personas para las cuales vuelvas a sentir (y ofrecer) un profundo amor… Pagar este precio es igualmente doloroso porque elegirás enfrentarte a la soledad, tal vez a la sensación de abandono, tendrás que dejar atrás parte de tu identidad, así como romper con fuertes costumbres y rutinas que anteriormente te hacían sentir “cómodo”…

Esto se llama duelo, y los duelos tienen una inercia donde lo adaptativo (y esperable) es que termine pasando. Esto significa que después de la travesía por el desierto en la que seguro vas a llorar, maldecir, patalear, sufrir… en definitiva, tocar fondo; después de eso llega el oasis y con él nuevas oportunidades para ser feliz.

Esta es la magia del dolor que elegimos. Porque ten en cuenta que todo en esta vida está sujeto a una toma de decisiones, desde el desayuno o la ropa que te pondrás hoy, hasta la ciudad en la que vas a vivir los próximos cinco años. Insisto, todo está sujeto a decisiones sean éstas grandes o pequeñas, y como tales tienen un precio a pagar. La clave está en qué precio estás dispuesto a asumir.

Tomar decisiones implica pagar precios

Tomar una decisión depende en gran medida de los precios que estés dispuesto a pagar.

Siguiendo con el ejemplo anterior, si decides no cambiar nada de aquella relación tóxica, el precio que vas a pagar es vivir amargura, apatía, discusiones, fugas en tu autoestima, el ennegrecimiento de tu carácter… A cambio, el beneficio será no sentirte sólo ni abandonado, seguir bajo la rutina costumbrista donde nada cambia, sabrás perfectamente lo que ocurrirá en cada momento y no tendrás que vivir la incertidumbre de tener que conocer a alguien nuevo. El beneficio, en definitiva, es la comodidad vital, que no la felicidad.

Por otro lado, si decides abandonar la relación, el precio a pagar será la incertidumbre, tener que acostumbrarte a tu nueva situación, tal vez buscarte otro sitio donde vivir, sentirte solo, preguntarte mil veces si has tomado la decisión correcta o no… ¿El beneficio? Una nueva oportunidad de encontrar tu propia felicidad.

Sea como sea vas a tener que pasar cierto grado de dolor. La tragedia está en que a veces nos empeñamos en mantenernos en aquel tipo de dolor indefinido. ¿Por qué? Pues como hemos dejado entrever anteriormente, por los beneficios que obtenemos del inmovilismo. De esto se desprende la no disposición a pagar los precios que requiere salir de dicha parálisis vital.

Siendo así, ¿por qué quedarnos con el sufrimiento de las decisiones que no tomo, camaleónico e indefinido? Puestos a sufrir, ¿no será mejor elegir ese otro tipo de dolor finito, controlable y definido? Porque a la larga y pagados aquellos precios siempre aparece el oasis.

Por eso y porque como dijo el psiquiatra austriaco Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido (escrito en gran parte durante su paso por varios campos de concentración nazis): Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino”.

Siempre hay elección, y puestos a sufrir… Elije el sufrimiento con sentido.

Tomar decisiones para avanzar

A veces habrá que elegir entre el camino fácil y el camino adecuado.

Alfonso García-Donas. 

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