Una gestión adecuada de la identidad en el adolescente.

Adolescencia, Autoestima, Comunicación, Consejos Altea, Identidad / 07.03.2018

En el artículo anterior hablábamos de cómo las creencias de otros pueden influir en la forja de nuestra identidad. Bien, en esta ocasión hablaremos sobre cómo a veces dicha identidad puede encontrar sus cimientos en el sufrimiento.

Empecemos por el principio. Como ya vimos, lo que creemos de nuestros hijos ejerce una gran influencia en lo que éstos creen que son. En la adolescencia, esta relación entre <<lo que soy>> y <<lo que otros creen que soy>> comienza a diluirse (sólo comienza). Porque los jóvenes empiezan a tener su propia visión del mundo, sus propias expectativas, formas de entender las relaciones, criterio propio, opiniones, etc. Como parte de esas identidad, a veces no van a poder (ni querer) evitar enrolarse en formas de ser complicadas. Y aquí es donde entra la identidad basada en el sufrimiento. Entiéndase como sufrimiento todo aquello relacionado con un malestar interno.

Es en la adolescencia cuando los pilares de nuestra identidad se fortalecen.

Es en la adolescencia cuando los pilares de nuestra identidad se fortalecen.

Así, si tu hijo adolescente viene a contarte algo muy importante, o algo que le avergüenza mucho, o que le provoca mucha rabia, o que para ti es una tontería de las grandes…, y tú como figura de referencia no te esfuerzas por empatizar con él, el adolescente tenderá a agarrarse a esa parte de sí como forma de definir QUIÉN ES en ese momento. Mucha atención a esto porque es abstracto.

El chico no tiene por qué ser consciente, pero es probable que su actitud sea coherente con el siguiente diálogo interno: <<¡Nadie me entiende! Ni siquiera tú… ¡Le estás restando importancia a lo que estoy sintiendo! Pues que sepas que voy a sentirme así hasta que lo entiendas, porque necesito que veas que estoy sufriendo. Y además, si antes sólo me sentía mal porque he discutido con mi amigo X, ahora también tú eres foco de mi malestar y te lo voy a hacer saber>>. Ese <<te lo voy a hacer saber>> puede que se traduzca en un comportamiento iracundo, inestable, de evitación, de rechazo o incluso de rabia focalizado en ti como madre o padre. Al final, puede que salga una frustración (en clave de rebeldía) que no sabes de dónde viene y que incluso no tenga nada que ver contigo.

Desdeñar el dolor de un adolescente es desdeña una parte importantísima de él

Desdeñar el sufrimiento de un adolescente es desdeñar una parte importantísima de él.

Lo que está pasando realmente es que alguien está desdeñando su sufrimiento porque a sus ojos es una tontería. En mi experiencia como terapeuta de adultos y adolescentes, sé que cuando una persona siente que su sufrimiento no está siendo atendido (en especial si es niño y adolescente, por su inmadurez, aunque también nos pasa a los adultos), se acoge a dicho malestar como parte de su identidad. Así, si nadie empatiza con esa parte del adolescente, éste tenderá a colocarse en una posición psicológica de sufridor, mártir o víctima. La consecuencia más visible probablemente sea una tendencia a hacer su comportamiento coherente con estas creencias. Y de esta manera ya tendremos el caldo de cultivo perfecto para la eclosión de una distorsión en la relación entre tu hijo y tú. Porque no verá en ti a alguien que le entiende y apoya, sino a un detractor de sus necesidades emocionales.

Como venimos diciendo, este posicionamiento psicológico y emocional no sucede sólo en el adolescente. Piensa en ese momento en el que te atreves a expresar algo que te está haciendo sufrir y la persona que tienes delante te dice: <<Pero hombre, si eso no es nada, es una tontería>>; <<Mujer, no hagas un drama, ya verás cómo mañana lo ves de otra amanera>>; <<¿Y eso es grave? Grave es lo mío>>; <<No te preocupes…>>.

Es probable que en esos momentos te sientas frustrado o enfadado porque tu sufrimiento ha sido ignorado. O tal vez te sientas un tanto estúpido porque no has sido capaz de transmitir tu malestar con la importancia que tiene para ti. En cualquier caso, la tendencia es a sentir que la otra persona no entiende nada y mientras eso suceda así, es posible que necesitemos agarrarnos a ese dolor porque ahora mismo <<esto es lo que yo soy y necesito que lo entiendas, aunque tenga que enfadarme contigo para que lo acabes entendiendo>>. Justo esto es la identidad en el sufrimiento.

Entender que sufrimiento de un adolescente ante un problema dado, es entender su mundo.

Entender el sufrimiento de un adolescente ante un problema dado, es entender su mundo.

Volviendo a los más jóvenes de la casa, para que esto no te pase con ellos, ¿qué puedes hacer cuando tu hijo adolescente viene con un problema que para ti no tiene la menor importancia?

Primero, entender que su problema es su mundo. El chico, la chica, no tiene tu experiencia, conocimientos, recursos internos ni madurez. Así es que lo que le pasa es lo peor que le podría pasar en este momento. Así es porque así lo vive.

Luego, puedes hacer comentarios que le lleven a entender que estás empatizando con él. Comentarios del tipo:

  • Debió de ser muy frustrante para ti…
  • Entiendo que eso te enfade, yo también me habría enfadado…
  • ¡Vaya! Que rabia que bajara tu nota por unas cuantas faltas…
  • Supongo que te enfadó mucho aquel comportamiento de tu amigo…
  • Sé que sientes rabia, a mí me pasó algo parecido y vaya si me enfadé…

Fíjate que estos comentarios no están pensados para ofrecer soluciones. A veces la empatía pasa sencillamente por parafrasear lo que la otra persona dice o siente, pero no en ofrecer soluciones. Como adultos, en ocasiones también tenemos la necesidad de ejercer nuestro <<derecho a la pataleta>>. Y nada más.

En este sentido, cuando una persona no se siente comprendida, tiende a posicionarse en su dolor como forma de estar en el mundo. Es como una necesidad de demostrar que realmente <<lo estoy pasando mal>>. Por supuesto, el beneficio emocional (e inconsciente) de esta actitud es muy alto, ya que de una manera u otra recibimos atención de los demás y, por otro lado, nos colocamos en una posición “cómoda” donde <<no hay nada que yo pueda hacer salvo lamentarme>>. En el caso del adolescente, como venimos diciendo, puede que ese malestar se muestre en forma de rebeldía o de retraimiento social.

Por otro lado, cuando sí proceda el ofrecimiento de soluciones, la estrategia que puedes seguir es que el propio chico, la propia chica, llegue ellas por sí mismo/a con tu apoyo. Con expresiones como:

  • ¿Y qué crees que puedes hacer para que Laura deje de estar enfadada?
  • Eres listo/a, sé que sabes lo que hay que hacer. Además, si quieres puedo ayudarte a buscar soluciones. Seguro que entre los dos llegamos a la solución más adecuada.
  • ¿Cómo crees que se siente Juan? Es posible que él también esté dolido… Y en ese caso, ¿tal vez podríais hablar para llegar entre los dos a una solución?

Generalmente, las soluciones a las que se llega por uno mismo, tienen mucho más calado en la mente que las que vienen de fuera. Así es que muchas veces la solución al problema de un adolescente pasa por ayudarle a llegar a sus propias conclusiones. Si nos deja… En caso contrario simplemente podremos escuchar y demostrar que estamos ahí sencillamente para entenderle, que no es poco.

Cuando la soluciones no estén claras, hazle sentir que le respetas, comprendes y apoyas.

Cuando las soluciones no estén claras, hazle sentir que le respetas, comprendes y apoyas.

Con todo, voy a poner un ejemplo de una conversación entre Pedro y su hija Lidia, de 15 años:

-¡Es que la odio, no la soporto! –dijo Lidia entrando en casa como un vendaval, soltando bruscamente su mochila y sentándose frustradamente en una silla de la cocina.

-¿Qué pasa hija? –dijo Pedro, su padre, que estaba preparando en ese momento la comida.

-¿Que qué pasa? ¡Pasa que Laura ha vuelto a copiarme el peinado, la ropa y todo! Es que, de verdad, ¿no puede tener su propio estilo? ¡No, tiene que copiarme todos los días!

El padre podría haber dicho: <<¡Venga ya, Lidia, ¿y eso es un problema? Vaya tontería, hija>>. Pero lo que dijo fue:

-Vaya, tiene que ser muy frustrante para ti que tu mejor amiga te copie. Y encima ponerle buena cara, porque claro, ¿cómo le vas a decir que es una copiona de mier…coles?

-¡Pues eso es! ¿Cómo le voy a decir que me jode la vida que haga eso?

Pedro podría haber dicho: <<Pes diciéndoselo, no es tan difícil, mira: Me molesta que me copies. Y controla tu lenguaje, no te consiento que hables así>>.  En cambio dijo:

-¿Me pregunto cómo se le dice a alguien las cosas que nos molestan?

-Pues no tengo ni idea… -dijo Lidia un poco más calmada-, pero me molesta muchísimo. ¡Que se invente su propio estilo! Que vea vídeos en youtube como hago yo, que te enseñan a maquillarte y a combinar la ropa para que quede bien y todo.

Pedro podría haber dicho: <<Youtubers, ¿te refieres a esos niñatos que se graban haciendo tonterías porque no tienen nada mejor que hacer con sus vidas?>>. Pero dijo:

-¿Te refieres a los vídeos que ves de vez en cuando? Espero que no te moleste, no puedo evitar oír a veces los consejos que dan esas chicas. Porque son chicas, ¿no? ¿O son chicos?

-¡Papá! ¿Cómo van a ser chicos? Vosotros no tenéis ni idea de estilismo y moda –dijo Lidia, con tono divertido y muy orgullosamente.

-Claro, ¡qué tontería por mi parte! Volviendo a Laura, decíamos que tienes un problema con ella, que te da mucho coraje y no sabes cómo solucionarlo.

-Justo eso.

-Recuerdo una vez que tuve que decirle a tu madre que no me gustaba el color de su pintalabios. Así, como un marrón oscuro muy feo. Lo usaba siempre casi como tradición, porque era el mismo color que usaba la tía Gertru. ¿Recuerdas a la tía Gertru? ¿Lo hortera que era?

-¡Sí, por favor! ¡Cómo olvidarla! Era muy buena, pero también muy pesada, me daba unos besos que me absorbía la cara entera.

-Bueno, pues ya sabes que era como una segunda madre para tu madre. Y como la idolatraba tanto, usaba el mismo color de pintalabios de… -entre tú y yo hija- de vieja –Lidia no pudo evitar romper en carcajadas-. Entonces un día me envalentoné y le dije que tenía que decirle algo que podría molestarla mucho, pero que necesitaba decírselo igualmente y que tenía que ver con la tía Gertru.

¡¿En serio?! ¿Hiciste eso? ¡La tía Gertru era intocable para mamá! Bueno, y lo sigue siendo…

-Sí, pues imagínate lo cagado que estaba yo.

-Bueno, ¿y qué le dijiste?

-Pues la verdad, que no me gustaba que usara el mismo color de pintalabios que la tía Gertru, que le hacía parecer mucho más mayor de lo que era y que para mi gusto hacía sombra en su preciosa sonrisa.

-¡Qué pelota eres cuando quieres, papá!

-Pues sí, pero funcionó, ¿sabes? Al principio se lo tomó un poco mal. Luego me dijo que podría habérselo dicho antes, que llevaba años usando el mismo color de pintalabios.

-No, si hasta tuvo que agradecértelo y todo.

-Pues sí, pero ese es el efecto de ser sinceros con alguien, hija. Al principio puede que se molesten un poco, pero luego lo agradecen porque les dices lo que nadie se atreve a decir.

-Entiendo… -dijo Lidia pensativa-. Pues, ¿sabes qué? Si me sigo enfadando tanto con Laura, al final voy a cogerle coraje de verdad y no querré seguir siendo su amiga. ¡Así es que le voy a decir las cosas como las pienso: que me da mucho coraje que me copie y que no lo soporto, ale! ¡Que deje de hacerlo o dejaré de ser su amiga! -dijo Lidia, nuevamente muy enfadada. 

-Vale, me parece perfecto, justo eso es lo que tienes que hacer. Pero no olvides que estás muy enfadada y que, aunque tienes derecho a estarlo, si le hablas con ese tono a Laura, el problema podría agravarse y no arreglarse, ¿me comprendes, hija?

-Sí, supongo que sí… ¿Y si le escribo una carta? –dijo Lidia entusiasmada sopesando la idea que se le acababa de ocurrir.

-¡Vaya, qué gran idea!

-Le escribo una carta sin enfado y después de leerla podremos hablar sobre lo que ella piensa de esto.

-Me parece más que estupendo.

-¡Voy a escribirla ahora mismo mientras acabas la comida! ¿Quieres que te la enseñe cuando la termine para que me digas si está bien escrita? -concluyó Lidia.

-Claro, cómo no. Estaré encantado.

-Por cierto, ¿qué hay de comer? –preguntó la chica mientras salía de la cocina para ir a su cuarto a escribir.

-Brócoli con filetes empanados.

-¡Puaj! ¡Brócoli! ¡Qué asco, por favor!

Pedro podría haber dicho: <<¿Asco? ¿Sabes la de gente que hay por el mundo pasando hambre? Deberías mostrarte más agradecida, niña, porque en esta casa puedes comer todos los días.>> Sin embargo, dijo:

-La verdad es que sí, ¡qué asco de brócoli! –por supuesto, a Pedro le encantaba el brócoli.

El adolescente puede mostrarse comprensivo y dialogante si promovemos esos valores como sus figuras de referencia.

El adolescente puede mostrarse dialogante y proactivo si el diálogo y la proactividad empiezan en nosotros. Para ello, primero hay que entrar en su mundo.

Para finalizar, no se trata de darle la razón a los hijos constantemente, no se trata de no ponerle límites nunca, de no decirles <<no>>, ni de seguirles siempre la corriente. Se trata de que como estrategia puntual y ante determinadas circunstancias, intentemos como padres y madres ponernos en sus zapatos, intentar tirar de ellos en lugar de empujar; desde su mundo, su mapa mental y sus necesidades. <<Desde allí hacia aquí>>. Sólo así reduciremos la probabilidad de que sientan la necesidad de enquistarse en una identidad autodestructiva.

            Alfonso García-Donas.

TAGS:

Déjanos tu comentario

Categorías

Cerrar
Terapia Online
Online Therapy

We can communicate with you in english

How would it be done?