HALLOWEEN Y EL MIEDO

Ansiedad, Ansiedad generalizada, Miedos y fobias / 18.10.2023

Cuando el miedo se convierte en algo divertido

Estamos en Halloween, una fiesta en la que el miedo es el gran protagonista. Brujas, fantasmas, monstruos, vampiros y demás seres del inframundo vienen a nuestra mente en clave de diversión.

Halloween probablemente sea la fiesta favorita de los niños, ya que en ella el miedo se convierte en diversión.
Halloween probablemente sea la fiesta favorita de los niños, ya que en ella el miedo se convierte en diversión.

Si nos paramos a pensarlo, la asociación miedo-diversión resulta curiosa. A priori nadie diría que el miedo pudiera ser divertido. Pero la realidad es que los seres humanos hemos generado actividades que giran en torno al miedo desde tiempos remotos. Qué es, si no, el lanzador de cuchillos del circo, el equilibrista, el domador de leones…; qué es la literatura, las historias o el cine de terror; qué son las atracciones de parques y ferias o la casa del terror; qué es el propio Halloween…

Todas ellas son actividades que provocan emociones que pertenecen a la constelación del miedo: nerviosismo, tensión, inquietud, alteración, susto… Pero de una manera u otra podemos disfrutarlas, porque son estimulantes.

La pregunta es: ¿Por qué? De qué manera el cerebro humano puede disfrutar de algo que da miedo, cuando por otro lado el más mínimo pensamiento perturbador -por ejemplo, pensar que a mi hijo/a le pueda pasar algo o que en cualquier momento puedo enfermar-, causa mucha más angustia que todo aquello junto.

Porque sabes que es mentira

El miedo es una emoción básica encargada de hacernos conscientes de nuestros límites físicos para no matarnos a la primera de cambio. Nos advierte de un peligro inminente para dar una respuesta rápida y así tener una cierta anticipación sobre aquello que puede ser potencialmente peligroso. Pero cuando está adherido a algo que sabemos que es mentira, las sensaciones que provoca resultan estimulantes. 

Así, encontramos que existe el miedo biológico, el cual sentimos cuando algo pone en riesgo realmente nuestra vida: un León hambriento, un coche a punto de atropellarme, una traspiés cerca de un precipicio, etc. Y también está el miedo social, aquel que es más imaginado que real: sentir que no estás a la altura en una entrevista laboral, sentirnos impostores en el trabajo, un peligro acechando detrás de cualquier esquina, no cumplir con las expectativas de alguien, ser hipocondríacos, ponernos en lo peor…

Hay dos tipos de miedo: el biológico (real) y el social (imaginado)

La mayoría de las personas que sufren problemas relacionados con el miedo (fobias específicas, trastorno de ansiedad, trastorno obsesivo y relacionados, etc.) responden al segundo tipo de miedo. ¿Por qué, entonces, dan miedo de verdad si son irrealidades? Porque a diferencia de lo que sucede en Halloween, en los relatos o en las películas de terror, en estos casos tu mente sí cree lo que piensa.

Ilustremos con un ejemplo. Si mañana un tipo se te acercara por la calle y te dijera “¡Ey! ¡No llevas los zapatos puestos!”. Tú te miras y descubres que sí los llevas. Entiendo que, con una actitud condescendiente, lo tomarías como una broma y lo dejarías correr. Pero el tipo (amable por lo demás) te repite con más ímpetu: “¡Oye, oye! ¡Dónde vas, que no llevas los zapatos puestos! ¡Puedes pincharte con algo o coger alguna infección! ¡Haga usted el favor de ponerse los zapatos!”. Tal vez ya te lo tomarías un poco peor. El tipo, aunque amable, te está haciendo sentir mal, la gente empieza a mirar y te sientes incómodo/a. Con un tono un tanto más serio, le dices que te deje en paz, que ya está bien con la bromita. Pero el tipo, convencido de lo suyo, empieza a llamar la atención de los demás. Con mucho ímpetu, dice: “Oigan, ¡pero es que nadie lo ve! ¡Esta persona va descalza y le va a pasar algo malo! ¡¿Quiere hacer el favor de ponerse los zapatos, que va a coger algo?!” En este punto, probablemente ya te enfadarías de verdad, le dirías groseramente que te dejara en paz y te irías de allí con cierta premura.

Cuando esta misma escena no pasa por fuera, sino por dentro, perdemos la capacidad de desacreditar el evento

La mente es una gran directora de cine, ya que es capaz de generar películas de miedo a una velocidad pasmosa.
La mente es una gran directora de cine, ya que es capaz de generar películas de miedo a una velocidad pasmosa.

Dicho de otro modo: cuando en lugar de un tipo mentiroso, es un pensamiento el que nos informa de alguna situación que es mentira, podemos llegar a creerla tan a pies juntillas que nos provoque emociones y sensaciones acordes al drama que estemos viviendo por dentro.

Si, por ejemplo, mi hijo/a está tardando más de la cuenta en llegar a casa y resulta que tiene el móvil apagado, enseguida podemos pensar que le ha pasado algo. Desde ahí, al drama final en el que visualizamos a nuestro hijo/a gravemente herido en un hospital por un accidente de tráfico (o algo incluso peor), pueden ir (literalmente) décimas de segundo, dependiendo de lo entrenado que esté nuestro cerebro en dramatizar la realidad. Podría pasar que se haya quedado sin batería, que no se le ha pasado por la cabeza escribir desde el móvil de un amigo porque es adolescente y está en lo suyo, que haya perdido o le hayan robado el móvil… Pero no: la mente, a veces, se pone -meticulosamente- en lo peor.

La diferencia básica entre estas cosas que, siendo irreales, dan miedo y las que no es la credibilidad que le otorgamos

Sabemos que Halloween y todo lo que lo rodea es mentirijilla. Son historias, bromas, disfraces… para asustar a los niños y pasar un buen rato con la comunidad.

Siendo así, parece razonable pensar que la clave para aquellos otros pensamientos catastróficos es otorgarles el mismo valor. Si eres capaz de asignarle a un pensamiento (experiencia interna) el mismo valor de incredulidad que le otorgas a una película, libro, historia, etc. (experiencia externa), entonces le estarás ganando la partida a tus pensamientos obsesivos, catastróficos.

La técnica de los cuatro pasos de Schwartz, puede ilustrarnos:

  • Volver a etiquetar (Relabel): Esto que estoy teniendo es un pensamiento obsesivo. Este pensamiento no responde a la realidad.
  • Reasignar (Reattribute): Yo no soy mi pensamiento. Por lo tanto, no tengo por qué estar de acuerdo con él. Este pensamiento es el “tipo de los zapatos” 😉.
  • Renfocar (Refocus): Como este pensamiento no es real, voy a permitir que esté, pero no voy a dejarme llevar por él. Voy a hacer otra cosa, pensar en otra cosa, dedicarme a otra cosa. 
  • Revalorar (Revalue): Puedo tomar el control sobre el pensamiento obsesivo. Sólo es eso: una idea obsesiva. ¡Es mentira!

Esta es sólo una técnica para tomar el control sobre procesos de miedo que, siendo mentiras absolutas como todo lo relacionado con Halloween, podemos llegar a creerlos hasta sentirlos. Nunca nos resultará divertido ni cómodo tener pensamientos que dan miedo de verdad, aun cuando apelan a una realidad inexistente, pero con que dejen de hacer tanto ruido ya va bien.

Tomar el control de la mente no es que esos pensamientos dejen de aparecer, es que no nos secuestren y generen sensaciones tan reales como si un León estuviera a punto de comernos

Por eso no debemos olvidar que no somos nuestra mente. No somos nuestros pensamientos. Los pensamientos, en su mayoría, son mentira. Y sobre por qué el cerebro hace esto, tal vez hablemos en otro capítulo posterior.

Alfonso García-Donas

Psicólogo

Déjanos tu comentario

Categorías

Cerrar
Terapia Online
Online Therapy

We can communicate with you in english

How would it be done?