Es muy frecuente encontrar en la consulta psicológica que los padres salgan a colación en algún momento del proceso terapéutico. En muchas ocasiones, incluso, son el principal motivo de la terapia, pues es en la relación con ellos donde la persona sufre más problemas.
Una de las razones es que en la infancia temprana, nuestros padres lo son todo para nosotros. A través de ellos se establece en nosotros un estilo de apego determinado, que es la forma en la que vamos a vincularnos con el mundo el resto de nuestra vida. En sus manos también está la mayoría de constructos psicológicos que van a resultar en nuestra forma de ser definitiva como personas adultas.
Además, cuando somos niños tendemos a idealizar a nuestros padres. No obstante, dicha idealización comienza a extinguirse en la adolescencia. Esto es, en circunstancias normales, el apego por nuestros padres es tan fuerte que no somos capaces de entenderlos como seres humanos normales. Más bien les vemos como personas a las cuales sólo les asumimos virtudes.
Es en la adolescencia cuando comenzamos a ver que nuestros padres no son súperpersonas, sino personas normales con todos los matices que ello conlleva. Se produce entonces, la caída del pedestal del padre o la madre. Desde ahí en adelante, el amor hacia la paternidad/maternidad no es incondicional, como sí suele serlo en la infancia. Empezamos a tomar conciencia del daño que nos hacen sus comportamientos cuando su forma de vincularse con nosotros es defectuosa. Si dicha forma se mantiene estable en el tiempo, genera un dolor emocional que tal vez nunca llegue a superarse.
Por razones obvias, la vinculación con nuestros padres es tan fuerte que es normal que vengamos a la vida con una programación cerebral fortísima en torno a la obtención de su aprobación, orgullo y amor incondicional, incluso en circunstancias de negligencia.
Téngase en cuenta que no se pretende juzgar a ningún padre o madre, asumiendo que en la mayoría de casos no existen malos padres, sino padres que cometen errores. Pero el hecho objetivo es que muchos padres y madres no ejercen su función como tales de manera adecuada. Esto puede generar en el niño, adolescente y adulto daños emocionales que pueden llegar a ser irreparables. Por esta razón, y como he expresado al principio, es muy frecuente encontrar que muchas personas están dolidas, tristes e incluso enfadadas con sus padres.
Así, el cerebro se desarrolla en seguridad y confianza cuando en primera instancia se cubren las necesidades afectivas con amor y cariño hacia el niño; pero también cuando se cubren sus necesidades básicas, cuando promocionamos el aprendizaje a través del juego, el movimiento libre, cuando le permitimos explorar y sentirse libre de expresar su naturaleza pueril, cuando utilizamos disciplina positiva no basada en la violencia…
Es perfectamente asumible que cada padre y madre hace lo que puede teniendo en cuenta que como personas no están exentas de haber recibido una mala educación por parte de sus progenitores. También pueden haber vivido circunstancias paternofiliales negligentes, violencia en el hogar, un entorno hostil e inseguro, sus propias heridas de la infancia, traumas, etc. En su realidad, ellos lo hicieron lo mejor que pudieron. La mayoría no son conscientes de que con algunas de sus conductas, verbalizaciones, actitudes, etc., estaban haciendo daño al hijo. Es por eso que cuando algunos hijos/as tienen la necesidad de confrontar a sus padres con esta realidad, estos pueden rechazan la acusación. Su interpretación de la crianza que ejercieron puede ser radicalmente diferente, ya que la memoria no es reproductiva, sino interpretativa.
En cualquier caso, tal vez nadie les enseñó los pilares básicos de una buena educación emocional: expresarse con respeto, aceptar y emitir una crítica de forma asertiva, responsabilizarse de lo que piensan, sienten y hacen; reforzar positivamente una buena conducta del hijo, no señalar constantemente el error o el defecto; mostrar amor, orgullo y admiración, expresar sus emociones y estados de ánimo de forma natural, expresar afecto, pedir perdón… Y un largo etcétera de conductas que, insisto, tal vez nunca nadie se las enseñó. Recordemos: queremos como nos enseñan a querer. Desde esa “inconsciencia emocional” es como ejercen su rol de padre y madre. Y es justamente por eso que tal vez nunca te vayan a pedir perdón por sus errores.
Los estilos parentales deficitarios son como una larga cascada con múltiples saltos. Cada uno de ellos representa las diferentes generaciones a través de las cuales se ha transmitido de padres a hijos una conducta inadecuada. Dicho de otro modo: seguramente tus padres también son víctimas de sus propias heridas de la infancia. Lo importante es que si eres consciente, en ti termine esa historia de inadecuación.
Si les confrontas con aquello que te hizo/hace daño por su parte, es probable que devuelvan la crítica arguyendo que ellos ya son mejores de lo que jamás fueron sus padres con ellos. Y es muy probable que en este aspecto tengan razón. Ambas realidades pueden coexistir: su estilo de paternidad/maternidad es relativamente defectuoso y a la vez son mejores que sus ascendentes.
1. Perdona sus daños entendiendo que su forma de pensar, sentir y actuar ha sido inconscientes. Además, sus críticas, juicios… no tienen que ver contigo, sino con sus propias carencias. Esto no es incompatible con confrontar y poner límites cuando así sea necesario. Se puede tener la capacidad de perdonar sin permitir que te avasallen.
2. Sé asertivo/a. Exprésate como te expresarías con cualquier persona cuando hace o dice algo que no te gusta. Nunca dejes de ser respetuoso/a (por aquello de honrarás a tu padre y a tu madre), pero exprésate como persona adulta que eres delante de otra persona adulta.
3. Cuando no te quede otra, relaciónate con ellos desde la aquiescencia y condescendencia. Dicho de otro modo: acepta, asume y mentalízate de sus conductas aún cuando estas son inadecuadas.
4. Deja de esperar que te pidan perdón y, más aún, que cambien su forma de ser. No lo van a hacer. No son conscientes de sus errores, probablemente nunca recibieron terapia, no sanaron sus heridas… y es por eso que desde su perspectiva, probablemente sean bastante mejores de lo que lo fueron con ellos.
5. Toma distancia física de forma consciente cuando el ambiente entre ambos esté demasiado congestionado. Piensa que sólo te relacionas diariamente con un puñado de personas y tus padres no tienen por qué contar entre ellas cuando la relación con ellos es un tanto tensa.
6. Ten presente que como hijo/a, probablemente tú también hayas cometido errores hacia ellos.
Con todo, y salvo evidentes excepciones, es mejor un mal padre o una mala madre que nada. En este sentido, las enmiendas a la totalidad frecuentemente son injustas porque no todo pudo ser malo. Si tú te consideras a grandes rasgos una persona adulta bondadosa, virtuosa, honrada, funcional…, ten presente que parte de lo que eres te lo entregaron ellos. Así es que no, por fuerza no todo pudo ser malo.
En cualquier caso, si estás enfadado/a con tus padres, pero quieres seguir teniendo relación con ellos (en caso contrario puedes obviar todo lo dicho), deja de esperar su perdón y, cuando puedas permitírtelo, perdónales tú. No es por ellos, es por ti: por tu supervivencia emocional. Y porque tal vez algún día tu nuestros hijos/as tengan que devolvernos el mismo favor.